Te quejas de todos los correos que te entran al minuto. A la hora. Al día. Sin duda a la gente le pagan por escribir mails.
Te quejas de todas las interrupciones que sufres. Maldices el momento en el que a algún iluminado de tu empresa le dio por implantar los espacios abiertos. Pobre. Seguro que lo hizo con intención positiva.
Te quejas de no poder avanzar en los proyectos importantes. Así no puedes cumplir con tus objetivos. Que no te vengan luego con milongas.
Te quejas de estar apagando fuegos todo el día. De emergencia en emergencia. ¿Es que nadie sabe hacer bien su trabajo?
Te quejas de tu jefe. Y del jefe de tu jefe. Así hasta el infinito. Parece que regalan los puestos de responsabilidad.
Te quejas de tus clientes. De sus exigencias. De sus infidelidades. Tú, que lo das todo por ellos pero que estás sólo ante ellos. Nadie en la empresa te ayuda ni comprende.
Te quejas de no tener tiempo para ti. Así no hay quien viva. Ni un momento para ti. Ni para tu pareja. Ni para esas pequeñas personitas que ves de vez en cuando correteando por casa y te señalan con dedo acusador cuando llegas pronto a casa, preguntándose quién eres.
Te quejas de tus olvidos. Cuando faltas a un compromiso. A tu palabra. Además, no es culpa tuya… ¡con todo lo que tienes que hacer!. Si los demás hiciesen mejor las cosas.
Te quejas, en definitiva, porque la situación te ha superado.
Pero, ¿has probado a hacer algo diferente a quejarte?. ¿Qué podrías hacer que dependa sólo de ti?.
Opciones tienes. A por ello… si quieres.